Los entornos de escritorio son nuestro vínculo con los procesos internos
que están sucediendo en nuestro ordenador. Podríamos decir que son como
nuestras extremidades, útilmente controlables, a diferencia de nuestros
órganos internos que siempre están allí funcionando. Sería difícil
imaginarnos los tiempos en los que los ordenadores no eran algo del día a
día, cuando era necesario saber para usarlos y lograr algo útil. Por
supuesto, las innovaciones nos van tapando los recuerdos de la vieja
historia computacional con cosas cada vez más vistosas y mucho más intuitivas de usar. De teclas, luego ratón y, actualmente, a la yema de nuestros dedos.
La historia podría remontarse a Xerox Alto
pero nos desviaríamos del enfoque en cuestión. Una vez popularizadas
las computadoras personales, una vez escrito Linux y una vez hecho un
sistema operativo, había que que mejorar su apariencia. En primera instancia, queriendo lograr un paquete de aplicaciones que unificara la experiencia del usuario, surge Kool Desktop Manager en 1996, más conocido como KDE.
Casi instantáneamente surge su eterna competencia, GNOME,
en 1997. Sin embargo este último surgió debido a la dependencia del
primero con Qt, una biblioteca que por ese entonces aún no era libre.
Miguel Icaza, uno de los fundadores de GNOME, comenta
haber pensado escribir un reemplazo libre a Qt tras la negativa de
incluir KDE a Red Hat. Esto podría haber demandado mucho trabajo y no
obtener los resultados esperados. Luego surgió la idea de GNOME como
entorno de escritorio y componente del proyecto GNU.
Luego de un par de años de trabajo sobre los entornos, en 1998, apareció KDE 1.0 y, un año después, GNOME 1.0. Esta vez, KDE ya había comenzado a solucionar los problemas de licencia de Qt
que finalmente serían solucionados en el año 2000 al liberar el código y
adherirse a la GPL. De esta manera entramos al nuevo milenio, ya GNOME
con su versión 1.2 y KDE desarrollando la 2.0. Ambas continuaron un importante ritmo de desarrollo que las llevó a producir sus grandes versiones: GNOME 2.6 en 2004 y KDE 3.5 en 2005.
Así comienza una historia de dos grandes del software libre de los
cuales, en algún momento, el usuario debe decidir por uno o el otro. Por
cada nueva versión que lanzan, una serie interminable de críticas
aparecen. O KDE 4 o GNOME 3. Repito, en algún momento hay que decidirse por uno, aunque no por generar un confrontamiento absurdo sino por su naturaleza tan distinta y, a veces, incompatible.
Incluso la disputa se extiende en el interior de cada entorno: hay
quienes prefieren la línea de GNOME 2 o KDE 3.5 frente a las versiones
actuales. Entonces es inevitable preguntarse, ¿por qué insisten en
seguir cambiando en vez de adaptarse a los cambios y mantenerse estable
por más tiempo? Bueno, es entendible la ambición de los desarrolladores.
Si bien, el programar, está mucho más ligado a las matemáticas y la
lógica que al arte, no hay que negar que la persona detrás del programador considere su trabajo un arte alternativo.
Por supuesto podría ser criticable la forma en que se produce el cambio. Recuerdo que cuando salió KDE 4, las distribuciones la recién salida Fedora 17, sigue atrayéndome.
En fin, no quería extenderme tanto (aunque sería interesante seguir
el tema en los comentarios), pero, para redondear, podría decir que el esfuerzo que ambos entornos están realizando versión a versión es grandioso.
Independientemente de que nos guste o no, han llegado a poner la cara a
un sistema, que solía ser visto como un contenedor de terminales
completamente antiestético, y llevarlo a niveles de calidad gráfica
comparables con cualquier otro producto comercial. Aunque más grandioso
me parece que estos proyectos hayan nacido de mentes juveniles que
pudieron demostrar cuan lejos puede llevar a un proyecto su comunidad.
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